7/26/2007

Espinas de Pez







I


El Tiempo
y su pringosa
paranoia.
La gente atornillándose
en los marcos de las puertas.
El frío que "aporcelana"
los rostros,
y hace nubes con las palabras.
La andrajosa cebolla
que antes fue una persona.
La virgen y sus monedas.
Y el tiempo.
El tiempo fluyendo
por todas las cosas.
Mismo que por mi discurre,
al ser este cuerpo
deleznable e imperfecto,
no conoce las
razones de mi espera.

Yo soy el viejo
que sostiene el reloj
y la vara
de hoja curva
y postrera.
Yo quien lo anima
con mis ansias.

La herida en tu respiración,
con su rojo carmín,
que por estigma
y otras tantas cosas
que no comprendo
me fascina,
se hace esperar.

Y mientras te espero
repaso los hechos
que hoy me pusieron
en la feliz y poco
decorosa situación
de esperarte (de amarte).
Arrumbada y obsoleta
está
la cajita de madera
donde quise sepultarte.

II
Si de la oscuridad
entrecortada de un bosque
articulado, me elevo
con los ojos
a las altas cornisas
grises,
no es más que para dejarme caer
y saber,
sin contar, ni preguntar nada,
que cuento con tus brazos.

Cuando el hambre
se apartó de mi,
el mundo también lo hizo.
Preñadas mis entrañas
consumí la carne sobre
los huesos y el brillo
mortecino de los ojos
cansados se hizo común.

Un hocico y dentro
nada sino colmillos.
Escarpada la espalda,
carroñera apariencia,
de plumas y buitres
simulaban ser,
las vértebras y las escápulas.

Laxo el equilibrio
del cuerpo ligero,
que carga lo indecible.
Todo lo anterior licuado.
Y en el huesudo capullo.
lo aprendido siendo bestia
que solo pasta en las ideas.
Elevándome del suelo con
estacas de carne, caminé,
para perder.
Los placeres y los espejos.
También el recelo y los olvidos,
ya que no hay mayor asesino
que mi férrea voluntad.

Hoy no pregunto
nada que no puedan
responder. Que es
poco por cierto.
Y aunque poco, también,
es aquello que pude cincelar,
estoy lleno de certezas.
No es la catedral
de los hombres.
Sino en los recovecos
que encuentro en los infinitos
pliegues donde anida la gloria.

Hoy feliz, voraz.
Con carne antiquísima
y sal renacida.
Soy yo quien aparto
al mundo y te aparto
para mi. Ese es el sentido
de todo este silencio.

III
Ella tiene
Un rincón
En la espalda
Porque el mundo
la incomoda.
Vive su bendición
Como un martirio
Queriendo perder
En la noche
Las espinas que la coronan
Ella sigue cada
Pequeña línea
Con prodigiosa
Alevosía.
Ella me traduce
Las cosas bellas,
Y en su boca
La nihilista ironia
Adolescente que gobierna
Mi discurso, calla
Para escuchar
Su ineludible cordura.
Y es mi sino
Ser un espejo
Porque solo al reflejarla
Puedo encontrarme bello.
Ella, con sus manos
Preñadas de colores.
Con su naciente coquetería.
Ella, con los ojos
Redondos y rasgados.
Ella abarcándolo todo.
Ella explicándolo todo
Cuando me abraza.

IV
Todas tus penas,
Tus dolores,
Todos los reclamo.
Envainado quedó
El filo de viejos rencores
Pueriles que por
Ceguera supieron lastimarte.
Reclamo ser el culpable.
Reclamo el odio
De tus letras abigarradas
Sobre un papel insuficiente.
Como el perro cojo
Que no malogra su camino
Por el trabajoso paso
Que le impone la distancia,
Pretendo tu amor
Y tu confianza.
Si tu orgullo lo reclama
Acá tenés aquella daga.
“Tarde”, podrás decir
Mostrándome el tiempo perdido.
Pero lo eterno y mi sentir
Llevan el mismo camino.